11 de diciembre de 2014

Nado

“Surrender to the waiting worlds that lap against our side”, la voz y los acordes emergían suaves por los altavoces del auto. Cruzábamos la parte más tupida del bosque, abierta sólo por la estrecha y solitaria carretera. El atardecer era inminente y la luna había adelantado su función. Al salir de una curva, una manada de lobos brotó de entre los troncos, velocísima, despavorida, cuellos doblándose una y otra vez en busca del motivo de su carrera. Ni el rechinido de las llantas la distrajo de su huida. Algo obligaba a esos animales a pisar terrenos que preferían evitar. Apagué el estéreo y bajamos del auto. Un silencio sepulcral nos envolvió. La luna se asomaba detrás de los árboles y unos destellos aleatorios serpenteaban entre los troncos y los arbustos. Una inconcebible miríada de ardillas, liebres, zorros y mofetas se abalanzaron hacia nosotros, en una estampida fugaz. Apenas habían terminado de cruzar la carretera cuando un canto extraño surgió del bosque y, desde un claro que apenas se adivinaba entre el follaje, comenzó a elevarse una masa amorfa, brillante, que luego mutó en una especie de sirénido metálico. Arqueándose, suspendido en el aire, comenzó a ascender con una aceleración creciente. Unos segundos después, sólo quedaron nuestras miradas que se cruzaban en el silencio.

Uno de los cuentos ganadores del concurso 104 de Las Historias, sitio de Alberto Chimal.