28 de junio de 2014

Silbido

Aquella limpia y despejada noche, una refulgente luna bañaba con su claridad a un bravo río que rugía al roer el rostro de la tierra. Cuatro hombres, montados sobre una canoa, luchaban a brazo partido contra el terror que pretendía apoderarse de sus espíritus. Miraban atrás, buscando la fuente de su inquietud. Un descuido los llevó a una corriente que los impulsó a la caída de una cascada. Tras alcanzar, desperdigados, las raíces de aquel inmenso tronco de agua, se reagruparon a nado y pusieron el casco de la canoa contra la superficie de un trémulo espejo. La calma era intrigante. Un lejano aullido hizo saltar en pedazos aquel esperanzador silencio. Unos segundos después, mucho más cerca, grandes ramas se quejaron al ser fracturadas. Los hombres se agazaparon, cuatro espaldas unidas en un sólo temblor. Un silbido electrizante. Tres días después, cerca de un pueblo corriente abajo, unos campesinos hallaron en la ribera del río una canoa abandonada, casi intacta, salvo por una mancha carbonizada en su centro, con la forma de un trébol de cuatro hojas.