24 de septiembre de 2008

Contraejemplos

Nos ha tocado vivir
este mundo que se desgasta
buscando chisporroteos de felicidad
en el esnob concreto finamente armado,
en las alfombras cucas,
en el futón tanoshit,
en una vajilla de rómpela y te la rompo,
en una cama asexuada, quiropráctica y aséptica,
en un televisor más grande que el muro de la sala,
en una nocturna neumonía descapotada
sobre neumáticos del gordito,
en tanta materia inmarcesible y vacua,
que no llena ni el fondo del espíritu.

Y no,
la felicidad no está ahí,
lo hemos comprobado
a punta de contraejemplos:
los impulsos vomitivamente rosáceos,
plantados en una templada selva del golfo;
el amor encuerado frente al frío de la indiferencia,
gomitas erectas y chabacanos encogidos;
nuestra resistencia combativa contra el pasado
que bombardea con preconceptos antieróticos
nuestras almas refugiadas
en los búnkeres de la desconfianza,
con una botella de un yummy tinto barato por fusil
y las palabras sabias por municiones;
la dulce tarea de fungir como pastores
en las praderas capilares retacadas de piojos,
que ronronean como gatos
rescatados de la mierda urbana...

Y sí,
ahora nos toca el contraataque
sutil, clandestino, complotado:
provocarle tantos accidentes a la felicidad
como sean necesarios para sacudirle la esencia,
para demostrar que puede reposar
entre muros de aire o concreto,
en cualquier sitio que elija
este hogar vagabundo que somos,
sin importar la cantidad de materia
que nos circunde.